21 de enero de 2015

Ciento opuesto de una

Ya gustaría que fuese del revés pero resulta que necesitas repetir cien veces algo para que alguien se dé cuenta de lo que vales y, con tan sólo una vez fallida, lo ponga en duda.
Una persona es por defecto no perfecta y también lo es, por tanto, su capacidad de confianza, que se necesite observar reiteradamente algo (o a alguien) para que te percates del bien que te hace (o te quiere hacer), aunque a pesar de ello, se requiera simplemente una única falsedad para que se apague el interruptor de la seguridad/confianza/tranquilidad, e incluso a veces, no te hace falta ver una falsedad, con ver media e imaginarse/inventarse la otra mitad, tienes como suficiente la sospecha.
Desde entonces, desde la primera mentira, desde el primer golpe de realidad comprendes que te será incapaz volver a confiar plenamente, que se acabó aunque no esté acabado.

Todo ello, sin contar como factor intermedio a los sentimientos propios, porque ellos distorsionan para bien o para mal (más tirando para mal, desafortunadamente) la capacidad de confianza de la persona que los tenga.

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